¡Mito y Realidad! #26 (La leche)

La leche no es solo una importante fuente de calcio, también contiene proteínas, vitaminas A, D y B12, magnesio y fósforo, entre otros nutrientes.

En un producto tan consumido a lo largo de la historia como la leche no es de extrañar que hayan surgido numerosas creencias falsas relacionadas con el consumo y las propiedades de la leche.

El mito: Si se tiene intolerancia a la lactosa, es mejor dejar de tomar leche.

La realidad: La leche no es solo una importante fuente de calcio, también contiene proteínas, vitaminas A, D y B12, magnesio y fósforo, entre otros nutrientes. El consumo habitual de leche reduce el riesgo de osteoporosis y de anemia,  gracias a la lactoferrina (proteína que capta moléculas de hierro). Un solo vaso de leche contiene el 40 por cien de la cantidad diaria recomendada de vitaminas. Se recomienda el consumo de leche desnatada para reducir la hipertensión dado el magnesio, el calcio, el potasio y la vitamina D que contiene.

El mito: La intolerancia a la lactosa es algo común que afecta a la mayoría de la población.

La realidad: En España se estima que entre un 20 y un 40 por cien de la población la padece. El principal problema de la intolerancia es el autodiagnóstico. Mucha gente explica padecer ciertos síntomas asociados con la intolerancia a la lactosa con padecerla. En realidad, muchas afecciones tienen síntomas parecidos, como, por ejemplo, el colon irritable.

El mito: Las leches sin lactosa no son realmente leche.

La realidad: La cada vez más consumida leche «sin lactosa» es 100 por cien leche de vaca, a la que se le ha añadido lactasa, encima que digiere las moléculas de lactosa. Por lo tanto, esta leche tiene todas las propiedades y los nutrientes de la leche tradicional, pero aquellos que no produzcan lactasa de forma natural (intolerantes) podrán consumirla sin sufrir los síntomas de la intolerancia.

El mito: La intolerancia a la lactosa y la alergia a la leche son lo mismo.

La realidad: En el caso de la intolerancia a la lactosa, el que la padece es incapaz de digerir la lactosa por falta de la encima que rompe sus moléculas, la lactasa. Al contrario que cuando se tiene alergia a la leche, si se tiene intolerancia se puede seguir consumiendo lácteos, siempre y cuando sean «sin lactosa”.

El mito: El intolerante nace, no se hace.

La realidad: De hecho, las probabilidades de padecer intolerancia a la lactosa aumentan con la edad. Además, es raro que se sufra durante toda la vida. Suele aparecer a partir de los 5 años (aunque han podido darse casos de bebés que no segregaban lactasa desde su nacimiento) pero con frecuencia desaparece con el transcurso de los años.

El mito: Cuando se tiene alto el colesterol, no se debe tomar leche.

La realidad: Si se tiene el colesterol alto simplemente se ha de sustituir la leche entera o semidesnatada por la desnatada. Al contrario de lo que muchos opinan, esta leche contiene los mismos nutrientes que la entera pero  tiene 3 veces menos grasa.

El mito: Los lácteos solo son necesarios en la infancia.

La realidad: El riesgo de padecer ciertas enfermedades que se previenen con el consumo de leche (como la osteoporosis o la hipertensión) aumenta con la edad. Algunos estudios clínicos han demostrado que las probabilidades de sufrir una enfermedad cardiovascular son un 17 por ciento menos en aquellos que consumen lácteos con regularidad, por lo que es importante que no dejemos de tomar leche tengamos la edad que tengamos.

El mito: La leche no hidrata.

La realidad: Al contrario, las propiedades de la leche (entre las que se incluye que es un 80 por ciento pura agua) la convierten en la perfecta opción para hidratarse después de hacer deporte. De hecho, beber agua no es siempre la mejor opción. Por ejemplo, cuando nos arde la boca por haber tomado un jalapeño (o cualquier otro picante), nuestro primer instinto es beber agua y, en realidad, debería ser tomar un vaso de leche ya que contiene caseína, una proteína que ayuda a neutralizar el picor de los alimentos.